-¿Te incomoda que esté aquí?
-...
-¿No, si, no sabes?, entonces, no importa. Te traje algo.
-Qué.
-Es una sorpresa.
-No.
-¿No quieres?
-No.
-¿Tienes miedo?
-...
-Entiendo. Te amo.
-¿Estás conciente de lo que me estás diciendo?
-Demasiado conciente. Vaya, ha sido tu frase más larga esta vez.
-...
-Hoy estás contenta, lo noto. ¿Te doy ya la sorpresa?
-No.
-No te muevas, ya te dije (saca de su bolso negro algo envuelto en tela azul). He querido hacer esto hace tiempo (sonríe).
-Puta madre (traga saliva, se mueve).
-Te dije que no te movieras (la recorre toda con su aliento).
-Tomemos un poco más (toma la botella y le da un trago, el vino tinto la moja desde el cuello y le arde).
-¿Te gusta? (la deslumbra el reflejo mientras él abre y cierra la mano).
-No.
-Yo se que sí, a mi me encanta y ciertamente tarde muchos dias en encontrar lo que me gustase (lame el objeto). Dame tu mano.
-...
-Bésame (su lengua le toca la nariz y ojos y labios con sabor a uvas frescas). Te quiero, para mi, sólo para mi. Te quiero desde hace años.
-Basta.
Comienza por los dedos de los pies, luego los talones, las piernas y al llegar a su sexo es todo un mar de sudor y saliva; ella grita y el tiene el pene más erecto y babeante que nunca antes, gruñe como un perro y la aprieta. Al meter su mano para saber a ella se viene, eyacula el líquido blanco apestoso, espeso.
-No te muevas. Estás tan caliente (se levanta y chupa la mano; recoge el semen y lo coloca en los labios secos). No te enfríes tanto, sigo más tarde.
La lámpara amarillenta alumbra por un lado el cuerpo masculino sobre la cama, sin fuerza; y por otro, el hilo negro y lento que escurre por las piernas del cuerpo femenino sobre la silla, con la cabeza hacia atras, la boca abierta y los ojos fijos, perdidos... muertos.
Janniesse M.
De un desayuno con Eusebio Ruvalcaba
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Por Luis Manuel Amador
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