El papel ha caido extrañamente a la ventana de aquel segundo piso. Cree que fué la ráfaga de viento, pero fué la mano gigantesca del hombre que siempre ha estado allí; que corre con los perros y que mira como idiota al sol.
Toma el papel; el papel sucumbe a la rebeldía y se deja doblar, arugar y casi romper.
Mientras, el idiota que corría con los perros se ha quedado quieto y le mira.
El papel reacciona, se encoje y gruñe.
Son las cinco con cuarenta y cinco minutos, la gorda de abajo ha puesto el café en la estufa.
El aroma sube los escalones y se cuela debajo de la puerta; él huele, mira el río, a los perros y al papel. Se queda quieto y alguien ha murmurado algo a sus oídos... baja corriendo las escaleras, se sienta en una piedra y construye un barco.
Son las seis en punto del sàbado. Los perros y el gigante se han olvidado del sol y lo que siguen ahora con la vista y con el cuerpo es al pequeño barco de papel.
Él, sentado en la piedra también lo mira, también es un idiota como el gigante y como los perros.
El ahora barco sonríe por la abertura que se forma en la vela, los perros se cansaron y el gigante decide mirar de nuevo al sol. Él ya no ve nada. Regresa y se sirve una taza de café, sube al segundo piso y se sienta frente a la ventana; como ayer, como mañana, como siempre.
Janet Mérida
:)
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